Panecillos rellenos

Share

Seguramente en algún otro momento os he contado mi fascinación por el pan. Es pura pasión y entrar en una panadería en la que no supiera que elegir es algo parecido a lo que siente un niño cruzando la puerta de una juguetería.

El olor del pan recién hecho, trae siempre a mi memoria un recuerdo muy querido de mi infancia: la visita a un obrador. Debía de ser muy pequeña porque no recuerdo las circunstancias de mi presencia allí (debería preguntárselo a mi abuela, a ver si ella se acuerda) ni porque habíamos ido pero nos permitieron entrar al obrador. Lo primero que recuerdo es una estancia enorme o al menos para mi estatura en ese momento era como parecía todo. Las mujeres alegres, vestidas de blanco, los montones de sacos de harina, el olor a levadura que salía de las maquinas amasadoras más altas que yo, las mesas donde daban forma al pan y … el horno. Enorme boca que engullía cientos de panes crudos y los devolvía dorados y hermosos y la mujer con la pala enorme que metía y sacaba los panes, tal amo absoluto del buen monstruo.

Aquel obrador mandaba pan recién hecho a todas las tiendas del pueblo y en ese momento, el trabajo de aquellas mujeres me parecía el más bonito del mundo. El privilegio de cuidar de tantas personas y el vivir todos los días rodeadas del olor más agradable del mundo Lo veía como un premio.

Después de muchos años, sigo pensando que es un trabajo muy gratificante a la vez que duro y sacrificado. Y no puedo resistirme al pan. Al buen pan.

El de verdad. El que alimenta. Dejemos los demás aparte.

Así es como estos pequeños panecillos inspiraron a mi memoria y también la manera de alimentar no solo nuestro cuerpo sino también nuestro alma. Aquí tenéis mis «panecillos rellenos».

¡Espero que os gusten!